jueves, 26 de mayo de 2011

La Niña, la piedra y el caballo

        LA NIÑA, LA PIEDRA Y EL CABALLO

       Cuentan que, en cierta ocasión, entro una niña en el taller de un escultor.     Por un largo rato, estuvo disfrutando de todas las cosas asombrosas del taller: martillos, cinceles, pedazos de esculturas desechas, bocetos, bustos, tronco…, pero lo que más impresionó a la niña fue una enorme piedra en el centro del taller.    
       Era una piedra tosca, llena de magulladuras y heridas, desigual, traída en un penoso y largo viaje desde la lejana sierra.
       La niña estuvo acariciando con sus ojos la piedra y, al rato, se marcho.    Volvió la niña al taller a los pocos meses, y vio sorprendida que, en el lugar de la enorme piedra, se erguía un hermosísimo caballo que parecía ansioso de liberarse de la fijeza de la estatua y ponerse a galopar.     La niña se dirigió al escultor y le dijo:    ¿Cómo sabias tu que dentro de esa piedra se escondía ese caballo?

               Educar viene de la palabra latina educere, que significa sacar de adentro.   Es educador quien no ve en cada persona la piedra tosca y desigual que vemos los demás, sino la obra de arte que se esconde dentro de cada uno de ellos, y entiende su misión como el que ayuda a limar asperezas, a curar las magulladuras, el que contribuye a que aflore y se manifieste el ser maravilloso que todos llevamos en potencia. ¡Cómo cambia la relación de la sociedad si cada individuo se coloca frente a los demás con la firme convicción de que todos son verdaderas obras de arte, distintas, irrepetibles, maravillosas!  El educador tiene una irrenunciable misión de partero de la personalidad, de escultor de corazones.  Es alguien que entiende y asume la transcendencia de su misión, consciente de que no se agota con impartir conocimientos o propiciar el desarrollo de determinadas habilidades y destrezas, sino que se dirige a formar personas, a ensenar a vivir con autenticidad, con sentido y con proyecto, con valores definidos, con realidades, incógnitas y esperanzas.     Con frecuencia nos enseñan a apreciar y admirar las obras artísticas de pintores y escultores, las genialidades literarias, los portentos de la ciencia…Eso está muy bien, pero no olvidemos enseñarles que cada uno de ellos es una obra de arte infinitamente más maravillosa que todas las genialidades de los artistas.
                   Esto si lo entendió bien aquel niño que ante la pregunta de su maestra que pidió a sus alumnos que le dijeran algún prodigio o algo maravilloso que no existiera hace veinte años, respondió: Yo, Maestra.

     

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